Agradecemos las reflexiones que nos hizo
llegar el Dr.Rafael Bielsa en relación a los 10 años de la promulgación de la
Ley Nacional Nº 26199 de su autoría.
Un día leí –no recuerdo dónde– el resumen
de una conversación entre Josef Mengele y un médico judío, a quien el nazi había
salvado la vida para que le prestara asistencia en sus experimentos macabros.
Estaban en un quirófano donde Mengele husmeaba sobre una parturienta, cuyas
piernas había atado a la altura de las rodillas antes de empezar a provocar el
nacimiento. Los anestésicos eran demasiado escasos a esa altura del conflicto
bélico como para suministrárselos a la sufriente mujer de religión judía.
Cuando los gritos de la doliente se lo permitían, Mengele peroraba sobre el
proyecto de la “solución final”. El médico judío, atribulado y con espanto,
alcanzó a preguntar por cuánto tiempo se extendería el exterminio.
Mengele, sin apartar los ojos de la agonizante, dijo: “Oh, seguirá y seguirá,
sin parar”.
La clase de hombres a la que pertenecía era, es y será mucho más amplia de lo
que la imaginación se permite aceptar. Y más todavía la de los espectadores
cómplices: violencia infligida por otra mano, satisfactoria y segura.
En la Carta Encíclica de su Santidad Karekin II, Patriarca (y Katholicós) de la
Iglesia Armenia sobre el centenario del genocidio y la proclamación como santos
de sus mártires, puede leerse: “… hemos continuado viviendo aunque algunos nos
querían muertos, porque Tú, ¡oh Señor! has querido que nuestra gente –condenada
a muerte por un plan genocida– lograra vivir y resurgir, de tal modo que te
podemos presentar esta justa conciencia de humanidad y de derecho de gentes,
para liberar al mundo de la callosa indiferencia de Pilato… (Nuestros) hijos e
hijas han aceptado el martirio como santos “por la fe y por la patria”.
El genocidio armenio perpetrado por el Imperio Otomano, en realidad había
comenzado antes de 1915, y no iba a terminar –respecto de los armenios y, con
otros autores y otros mártires, para la humanidad– en 1923.
El genocidio armenio tuvo un Abdul Hamid II, autor de las “masacres
hamidianas”; el holocausto judío tuvo a Adolf Hitler; las víctimas camboyanas
tuvieron a KangKech (Duch) en el centro de interrogación, torturas y
ejecuciones "TuolSleng". La condición humana esconde el lugar de los
verdugos en muchos que ni siquiera sabemos quiénes son.
La memoria nos permite perseguir la verdad, y por eso es una obligación no
olvidar y tratar de evitar que se olvide. Sólo ese ejercicio, paciente y
doloroso, nos conduce a la justicia.
Un mundo donde no prevalezcan la memoria, la verdad y la justicia, no es el
lugar donde prevalezca “una justa conciencia de humanidad”, el que quisiéramos
legar a nuestros hijos.
Por eso hay que recordar, para mantener la llama de la esperanza, “el único
bien común a todos los hombres: los que perdieron todo, la poseen aún”.
Dr. Rafael Bielsa
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